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Violencia simbólica: máximo mecanismo de reproducción del machismo y el sexismo

Violencia simbólica: máximo mecanismo de reproducción del machismo y el sexismo

Vilma Vaquerano

Frecuentemente, escuchamos frases de mujeres y hombres cuestionando a las mujeres porque no se comportan según lo esperado o por provocar ellos mismas el machismo, mediante frases “cómo no quieren que las violen si ellas andan provocando”. “Esa mala mujer no quiere dominio de hombre; si no quieren que las toquen porque usan esa ropa”, “las mujeres reproducen el machismo porque ellas crían a sus hijos”. Esos comentarios son expresiones comunes de sexismo, es decir la discriminación con base al sexo de las personas, generalmente contra las mujeres. Todas son representaciones de violencia simbólica.

Este tipo de violencia es el mayor instrumento para que la misma población oprimida contribuya a mantener las estructuras de desigualdad contra las mujeres, como señala el sociólogo francés Pierre Bordieu, quien emplea el término «poder simbólico» para referirse a las diversas formas de poder que se despliegan rutinariamente en la vida social y que rara vez se manifiestan abiertamente como fuerza física. El poder simbólico es «invisible» y no es reconocido como tal, sino como algo legítimo, presupone cierta complicidad activa por parte de las personas sometidas al poder, ya que requiere como condición de su éxito que éstas crean en su legitimidad y en la de quienes ejercen esa violencia simbólica.

Una explicación frecuente desde la perspectiva de género es que así son educadas mujeres y hombres dentro del sistema patriarcal, con esas actitudes están respondiendo al mandato de género de velar por el mantenimiento del sistema que vulnera a las mujeres y las coloca en condición de desigualdad en el ámbito económico, político, social y cultural; mientras que los hombres, en su posición de poder, vigilan que las normas patriarcales se reproduzcan por medio del control y la violencia hacia las mujeres y todo lo considerado femenino.

Mediante expresiones “No quiere dominio de hombre”, dicho por una mujer de sesenta años sobre su nuera a quien le reclama porque “no obedece y no se somete a su hijo”, se está aceptando y naturalizando la violencia intrafamiliar, que ella misma vivió y sufrió cuando su padre golpeaba y gritaba a su madre; y ésta, a su vez, presenció contra su abuela. Precisamente como resultado de la violencia simbólica, se tolera la violencia intrafamiliar, la violencia sexual, la económica, psicológica y otras que se viven a la fecha, porque no son cosas del pasado, como muchas veces se insiste; es distinto que estos hechos no siempre se denuncian en los tribunales e instancias gubernamentales.

La violencia simbólica está presente en las novelas, las leyendas, los chistes sexistas, en las canciones pegajosas que tatarean y bailan niños y niñas; en las baladas que se escuchan en la radio como la siguiente, que es interpretada por al menos por tres cantantes de diferentes géneros musicales.

“Él trabaja hasta tarde para que a ella no le falte nada En su nido de amor, ella lo espera enamorada El a veces se olvida de las fechas importantes Las facturas no esperan y él siempre es muy responsable

Pero ella siente que el amor se está apagando Y que el algo se está acabando, la pasión se congeló Y ella quisiera decirle, y ella le quiere decir

Que le hace falta un beso, que le dé una rosa Que la haga sentir como cuando era su novia Que le haga detalles, que le hable de amor Que el conoce bien como ganar su corazón Que le hace falta un beso, que le dé una rosa Sueña con que vuelen en su vientre mariposas

Ella tiene frío, en su corazón, le hace falta un beso Le hace falta amor, le hace falta amor No está, ella vive triste con la soledad Le hace falta un beso, pero tú no estás El tiempo perdido ya no vuelve más

Las anteriores estrofas están cargadas de estereotipos sexistas. La mujer dependiente que se pasa en la casa aburrida y esperando que su esposo llegue con un beso y una rosa (eso dice la canción); el hombre trabajador, responsable, único proveedor de la casa y su familia. La mujer emocional, enamorada y necesitada del amor masculino para sentirse completa, aquí también se refuerza el mito del amor romántico, que se abordará detenidamente en otra ocasión.

La realidad es diferente, en los hogares biparentales siempre son dos proveedores: la mujer y el hombre. Si ella no aporta ingresos en dinero al hogar, lo hace a través de su trabajo doméstico, que le consume más de ocho horas y sin recibir salario alguno.

La violencia simbólica hace que las mujeres se vean forzadas a renunciar a un empleo porque deben cuidar a sus hijos e hijas pequeñas; además da paso a otro tipo de violencia, la económica. Esta situación también las hace más proclives a caer en violencia de pareja en el ámbito intrafamiliar, porque cuando el hombre controla los ingresos monetarios generalmente controla las decisiones, el tiempo y hasta la forma de vestir y de pensar de las mujeres; incluso decide si vive o muere. “Dar es también un modo de poseer, una manera de atar a otro ocultando el lazo en un gesto de generosidad”. Esto es lo que Bourdieu describe como violencia simbólica, en contraste con la violencia abierta y evidente.

Por eso es de suma importancia ver y reconocer la violencia simbólica; especialmente que en las familias y desde el sistema educativo, niños y niñas la identifiquen en los cuentos de princesas, donde el rol de las mujeres es esperar al príncipe azul que las llenará de riquezas, alegrías y el “valor como mujeres de bien”. Sin conocimiento de la igualdad de género, las mujeres continuarán sin conciencia de género que les haga reconocer la violencia; mientras a los niños, se les seguirá negando la oportunidad de conocer los mecanismos para no ejercerla y así se logre erradicarla.

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